jueves, 11 de junio de 2009

El caso del cirujano Arigo

Operaba a moribundos con un cuchillo oxidado... y los curaba. Un humilde brasileño realizó a lo largo de su extraordinaria carrera innumerables milagros quirúrgicos «guiado por los espíritus».


HABÍA LLEGADO un sacerdote para administrar la extremaunción a la moribunda. Se encendieron velas, y parientes y amigos rodearon su lecho. Su muerte, a causa de un cáncer de titero, se esperaba en cualquier momento.



De pronto, uno de los presentes salió corriendo de la habitación y volvió con un gran cuchillo de cocina. Ordenó a los presentes que se alejaran de la cama y después, sin decir una palabra, levantó la sábana que cubría a la enferma e introdujo el cuchillo en su vagina.



A continuación, tras remover brusca y repetidamente con el cuchillo, lo retiró y metió la mano para extraer un tumor del tamaño de un pomelo. Después tiró el cuchillo y el tumor en el fregadero de la cocina, se sentó en una silla y se echó a llorar.



Uno de los parientes corrió en busca del médico, mientras los demás guardaban silencio, alucinados por la extraña escena de que habían sido testigos. La paciente estaba tranquila, pues no había sentido dolor durante la «operación», y el médico comprobó que no existía hemorragia ni ninglin otro daño. También confirmó que lo que había en el fregadero era un tumor uterino.



Este extraordinario suceso, que tuvo lugar en la ciudad brasileña de Congonhas do Campo, fue un momento decisivo en las vidas de los dos protagonistas del mismo. La mujer curó por completo, y el hombre que la «operó».



José Arigo, empezó a ser solicitado por personas a quienes sus médicos consideraban incu¬rables. Pero no recordaba el incidente.



Algún tiempo después, cuando curaciones tan sorprendentes se hicieron cotidianas, la gente se dio cuenta de que Arigo estaba en trance cuando trataba a los enfermos. Sus pa¬cientes notaron que hablaba con acento alemán, hecho que fue atribuido a que el doctor Adolphus Fritz, muerto en 1918, «operaba» a través de Arigo.



El extraño caso del cirujano brasilero Jose Arigo



Cuando la clínica de Arigo se abría, a las 7 de la mañana, la mayoría de los días ya había una cola de unas 200 personas que esperaban. A algunos pacientes los trataba de forma rápida y, a veces, brutal, empujándolos contra la pared y clavándoles un cuchillo sin esterilizar que luego Umpiaba en su camisa. Sin embargo, nadie sentía miedo, ni dolor. Había muy poca sangre, la herida se cerraba inmediatamente y cicatrizaba en pocos días.



Pero no todo el mundo precisaba de la cirugía psíquica. En muchos casos Arigo echaba una mirada al paciente, diagnosticaba su problema sin preguntarle nada y escribía una receta apresuradamente. Los medicamentos que prescribía eran por lo general drogas comunes y fabricadas por laboratorios conocidos, aunque en dosis muy grandes y en combinaciones sorprendentes para la medicina convencional. Pero curaban a la gente.

Según estimaciones conservadoras, en un período de cinco años trató a medio millón de pacientes, entre los cuales había toda clase de personas, ricas y pobres, cosa ésta que no interesaba a Arigo, que nunca aceptó dinero ni regalos por sus servicios.



Durante los años 50 y 60 Arigo fue un héroe nacional en Brasil, y era difícil que pasara un día sin que algún periódico publicara un artículo sobre sus últimos milagros. Recibía enfermos de todos los lugares del mundo, atrayendo la atención de Andrija Puharich, un investigador de Nueva York muy interesado en lo paranormal que, después de una primera visita, volvió a Brasil acompañado de un grupo de médicos para estudiar y filmar el fenómeno.



Puharich describió la escena que vio al llegar como una «pesadilla»: Las personas se acercaban; todas estaban enfermas. Una presentaba un bocio muy abultado. Arigo cogió una lima de uñas, practicó una incisión en el cuello, extirpó el bocio, lo puso en la mano de la enferma, secó la herida, que apenas sangró, con un poco de algodón sucio y la mujer se marchó.


Puharich experimentó la extraordinaria cirugía de Arigo en su propia persona. Pidió al ciruja¬no psíquico que extirpara un pequeño tumor benigno de su brazo. Arigo lo hizo en unos se¬gundos, y el doctor Puharich se llevó a Estados Unidos el tumor y una película sobre la operación para su análisis.



En todo el tiempo que Arigo trató enfermos ni una sola vez pudo decirse que sus métodos poco convencionales hubiesen causado daños. Sin embargo, lo que hacía no era aprobado por las autoridades, puesto que Arigo no era médico, y en 1956 se le acusó de ejercicio ilegal de la medicina.


Fueron muchas las personas dispuestas a declarar que Arigo había curado sus graves enfermedades, pero sus testimonios sólo sirvieron para proporcionar argumentos a la acusación. Arigo fue condenado a prisión, aunque en la apelación la pena se redujo a ocho meses, y tuvo que pagar una multa. Pero, justo cuando debía ingresar en prisión, el presidente de Brasil, Kubitschek, lo perdonó.



Ocho años más tarde volvió a ser acusado, y en esta ocasión, en que Kubitschek ya no era presidente, Arigo fue condenado a dieciséis meses. Pero a los siete meses fue puesto en libertad, en espera de la apelación, y finalmente, en 1965, tuvo que pasar otros dos meses en prisión. Durante ambos períodos, el director de la cárcel le permitía salir de su celda para visitar a los enfermos y operarlos.

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