jueves, 23 de abril de 2009

El poder de los brujos

Leonardo Maldonado, escritor y reportero de prestigiosos medios internacionales, es considerado como uno de los más autorizados exponentes de la Argentina en la moderna exploración de la psicología transpersonal.

Actualmente sus investigaciones han avanzado sobre la psicoantropología de los rituales mágicos. En estas páginas abre las puertas de los templos vudú, según se practica en Haití, con sus loas y sus vevés, sus ritos y magia del África negra para el embrujamiento de las almas. Una interesante nota que reúne un valioso material, objeto de un Reconocimiento etnológico y religioso.



Al iniciarse la ceremonia se oye el sonar de los tambores rítmicos, insistentes, monocordes que envían un mensaje de hechizo a los asistentes que se aproximan divisando el resplandor de una hoguera central. El altar se halla dispuesto a un lado del templo, tapado con un paño negro e iluminado a sus extremos con dos velas del color correspondiente al dios que será invocado.
El hungán (sacerdote oficiante), de cuando en cuando, cruza el espacio de la árida tierra del in-terior del templo. Va descalzo y lleva el pecho al desnudo. Ha comenzado a dirigir el cántico acompañado por el tam-tam de los tamborilleros llamados "bongonseros".



El poder de los brujos del Africa Negra



Las voces de los participantes se mezclan con el batir de los tambores y una enorme cantidad de ron, fusionado con otros ingredientes, empieza a realizar su labor cargado de cierto histerismo colectivo.


El Papalois (o hungán) toma una gallina blanca y luego de trazar una raya con tiza blanca sobre el paño negro del altar, en lo alto y de un solo tajo decapita el ave. Le sigue una invocación al dios vudú. La sangre de la ofrenda es recogida en un abrevadero de madera, y el sacerdote gusta y paladea unas gotas para pasarlo de mano en mano entre los presentes.

Ha comenzado la verdadera ceremonia. Los cuerpos de los hombres y mujeres asistentes se balancean al compás de la música. El humo del tabaco, del incienso y del peyote quemado enrarece aún más el ambiente haciendo un rito casi hipnótico. Todos los presentes actúan ya como poseídos por el espíritu del dios invocado. De pronto, uno de ellos empieza a contorsionarse frenéticamente esgrimiendo gritos inarticulados.



Cae de rodillas y permanece inmóvil. Otros le imitan cayendo en trance en medio de un éxtasis de espasmos involuntarios. Los dioses han descendido entre los hombres y gozan de los placeres terrestres. Los hombres se han trocado en dioses y disfrutan de los placeres divinos.

Pronto el amanecer indicará el cese del cántico salmodiante, y la quietud de los tambores: la ceremonia ha finalizado. Pero unos días más tarde cada santo vendrá a los hombres y en los pasos de la danza confirmará la llegada de los dioses para curar a los enfermos, liberar a los endemoniados o para regocijo espiritual de sus protegidos.

Para Ud., estimado lector, el cuadro relatado podría ser la trama de una ficción novelesca o cinematográfica. Guste o no, lo cierto es que el vudú es un hecho social muy importante en la historia de la humanidad y es precisamente por este aspecto a veces siniestro, secreto y misterioso, que le invitamos, aunque temeroso se sienta, a ingresar en los arcanos de la gran magia de la selva africana: el Vudú.

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