ALGUNAS DE LAS PERSONAS que andan sobre el fuego nacen con el don; otras lo alcanzan con su propio esfuerzo y a otras, finalmente, les llega como un regalo. Pero la ciencia moderna todavía no ha explicado cómo un hombre puede evitar quemaduras graves mientras camina sobre un montón de piedras a 430° de temperatura.
¿Se trata de un truco? Hacia 1890 el coronel Gudgeon, magistrado de Nueva Zelanda, su amigo el doctor T. N. Hocken y otros dos eu¬ropeos decidieron averiguarlo de una vez para siempre. Mientras observaban (con bastante escepticismo) una demostración de un shamán de Raratoa, Polinesia, que caminaba sobre el fuego, el shamán los desafió a que aceptaran la protección de su mana —poder— e intentaran ellos mismos la hazaña.
El coronel Gudgeon y sus amigos aceptaron el desafío, se quitaron calcetines y zapatos e hicieron el peligroso viaje. Segtin el informe de Gudgeon, uno de los miembros del grupo «que, como la mujer de Lot, miró hacia atrás, lo que va contra todas las reglas» sufrió quemaduras graves. «Mi impresión —escribió— fue que se me caería la piel de los pies.» Sin embargo, lo único que sintió al terminar el recorrido fue «una sensación de cosquilleo, parecida a la que se siente en un shock eléctrico».
Una vez que terminó con éxito su paseo, el doctor Hocken comenzó a realizar comprobaciones. Colgó a dos metros de altura sobre la zanja un termómetro capaz de registrar hasta 205° grados centígrados, el mercurio subió rápidamente, y el cristal habría estallado, según el doctor, si la soldadura no se hubiera derretido antes. Hizo después un cuidadoso examen de los pies de los nativos, y los encontró suaves y flexibles y en absoluto correosos. Raspó y lamió las plantas de esos pies: estaban, según anunció, completamente libres de protección química y en su opinión, ningún truco podía explicar lo que había visto.
A pesar del riguroso planteamiento científico del doctor Hocken, sus conclusiones no resultaron aceptables en algunos círculos. Edward Clodd, por ejemplo, presidente de la Sociedad folklórica, trató con desdén los informes sobre la posibilidad de andar sobre fuego, en un discurso de 1895: «No es más que un truco», declararía.
«No pretendo saber cómo lo hacen. Pero es bien sabido que las plantas de los pies de las personas que aiidan descalzas adquieren una callosidad que les permite soportar lo que nosotros apenas podríamos tolerar con nuestras botas.» Continuó sugiriendo que los pies podían «volverse insensibles» si se los trataba con ácido sulfúrico diluido o con alumbre. «Y es bien sabido —repitió— que un hombre puede meter la mano en un torrente de hierro fundido mientras la mano se mantenga húmeda. Con el intenso calor se forma una especie de película entre la mano y el metal.»
La declaración de Clodd provocó una larga y brillante réplica de Andrew Lang, uno de los más prestigiosos historiadores y antropólogos del final de la época victoriana. Mencionando relatos de fenómenos similares en Virgilio, en libros de viajes, en leyendas de santos, en ordalías del fuego, etc., Lang señaló que la antropología debería considerar valiosísimos esos informes. Por supuesto, no sostenía que hubiese algo psíquico en las caminatas o la manipulación del fuego; por lo que se sabía, bien podía tratarse de un truco.
Pero: Es un truco tan antiguo, tan universal, que tendríamos que averiguar su modus. El señor Clodd... sugiere el uso de ácido sulfúrico diluido o de alumbre. Pero no me consta que haya intentado el experimento en su propia persona, ni ha proporcionado un ejemplo de que se hayan utilizado con éxito. Y la ciencia exige la experimentación.
De hecho, los experimentos continuaron en las décadas siguientes. Médicos como T. N. Hockenanotaron cuidadosamente los efectos, sin tener la menor idea de las causas. Por ejemplo, el doctor John G. Hill, de Tahití, examinó a un hombre blanco que había andao por la zanja ardiente local. Su cara se había pelado a causa del calor pero sus zapatos, calcetines y pies estaban intactos.
El doctor B. Glanvill Corney, oficial médico jefe de las islas Fidji, dio a conocer los resultados de sus extensas investigaciones en un ensayo publicado en febrero de 1914. Había presenciado cinco paseos masivos sobre piedras calientes y había examinado los pies de todos los individuos que participaron, antes y después del paseo, sin encontrar en ellos indicios de trucos... ni de quemaduras.
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